Buenos días.
Desde el fondo del Belén, les deseamos Buenos días. Sea mañana o sea tarde, buenos días. Porque Jesús es como el sol que nace, por eso siempre es amanecer, o sea, buenos días.
Que así sean para ustedes, en estos días del año y en todos los días del año. Que el sol de la paz ilumine sus corazones y les llene de paz.
Ahí están, ahí los pueden ver ustedes: los tres Reyes Magos de este Belén nuestro, este año, vienen en barca.
Desde luego, si Jesús hubiera nacido en Canarias, los Magos no habrían venido en camello. Habrían venido en barco o en barca, porque en aquel tiempo no había ni aviones ni cruceros, En barca, como los nuestros.
Seguramente habrían traído sus regalos, faltaría más. Pero además, seguro que habrían llevado consigo dos o tres cayucos con emigrantes, gentes desplazadas, que presentarían al Niño junto con sus regalos, para que las bendijera. Porque nuestros Reyes Magos traen regalos, sí, pero además, traen la gran lección del regalo: enseñan a dar, señalan todo lo que tenemos (que alguien nos ha regalado antes), y nos dicen que podemos convertirlo en regalo nosotros también.
Nuestros Reyes Magos son como los buenos maestros: nos dan lo que tienen y así nos quedamos a gusto; pero a la vez nos hacen aprender a buscar y a dar. Cuando lo conseguimos, nos sentimos del todo bien. ¿O no? Las maestras, los maestros.
Ah, los Magos y nuestras islas. Nuestra isla de La Palma, en especial. Porque esta cueva grande -ya lo habrán descubierto- es nuestra versión de el Porís de Candelaria, allá en la costa, un poco más arriba de donde la colada del volcán sigue ampliando la fajana.
Con este belén queremos acordarnos de La Palma. Y, con La Palma, de nuestras ocho islas.
Porque, a ver: ¿quién dice que Jesús no nace todos los días en nuestra tierra?; ¿tiene alguien la exclusiva de su nacimiento?; ¿o es que nació una vez y ya no hay más?; ¿es que el belén no se puede poner todo el año en nuestros corazones?
A Jesús le gustaba mucho el mar. Eso es seguro. Vivió casi siempre cerca del mar de su pueblo, de modo que conocía las barcas, la pesca, las travesías, los días de sol y de lluvia, las tormentas, la playa y los montes que envolvían aquel mar, que en realidad era un lago. Sus amigos, los que más tarde contarían sus historias, era muchos de ellos pescadores.
Por eso no tiene nada de raro que aquí le hayamos hecho nacer en un Belén distinto, a la orilla del mar. Y, como podíamos escoger, hemos escogido el mar de La Palma. Seguro que a Jesús le habría gustado nacer en un sitio así. Seguro.
Seguro que para nacer habría encontrado un rincón en alguna casa como las de este belén, en medio de un pueblo sencillo y pequeño y trabajador, que sabía respetar la intimidad de sus padres en aquellos días tan delicados de hace dos mil años. Y seguro que entonces habrían venido a verle tanto pastores como pescadores. Pastores sobre todo de cabras, claro. Y pescadores de lo que hubiera cerca, como el mar de su infancia, que era un lago.
Un ángel o muchos ángeles les habrían convocado, por las casas, en la orilla del agua, o por los montes. Les habrían dicho que fueran a ver, que miraran con cuidado, que dejaran el corazón suelto para que les entrara la esperanza.
Así habrían ido a verle y se habrían sentido sorprendidos de que Jesús, nada menos que Jesús, hubiera querido nacer en un sitio como el Poris de Candelaria, es decir, como un Belén en Canarias.
Jesús les habría bendecido con sus ojos llenos de sol.
Y por eso se volvieron a sus casas y a sus majadas y a sus barcas, cantando como los divinos. Casi les podemos oír en este belén nuestro, por los caminos y los montes o por las calles de su pueblo.
H. Pedro María Gil Larrañaga
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